Es cierto que cuando sufrimos dolor causado por una lesión en algún tejido u órgano de nuestro cuerpo, se genera automáticamente una conducta de evitación para no mover la zona afectada. ¿pero qué ocurre cuando esta situación perdura en el tiempo? Muchas personas desarrollan fobia al movimiento pensando que esto les va a ocasionar dolor, un dolor que ya vivieron durante mucho tiempo y que no están dispuestos a volver a sentir. ¿Pero es esto cierto?
La causa por la que evitamos movernos es porque hay una inflamación y el cerebro manda la orden de que debemos protegernos. Esto entra dentro de la normalidad y le ocurre a todas la personas, de hecho, esta protección nos facilita un ambiente seguro para resguardar la zona y favorecer la recuperación natural.
Aunque algunas veces ocurre que, con el paso del tiempo, el daño físico en el tejido mejora pero el dolor sigue siendo el mismo. Es un dolor desproporcionado que se puede considerar disfuncional porque ya no va destinado a proteger a los tejidos para ayudar a su recuperación, ya que en estos no existe daño.
Pero, si la lesión mejora, ¿Por qué persiste este dolor?
Puede ser que quizás tengamos miedo a movernos, es decir, que tengamos miedo a que se produzca dolor al realizar un movimiento. Y si este es el caso, puede ser que el dolor no venga derivado ya de la lesión sino de la creencia de que el dolor es un reflejo directo del estado de los tejidos y que el dolor implica daño.
¿Qué consecuencia puede tener esto? Pues que el dolor aumenta debido a las respuestas emocionales asociadas, es decir, si tu crees que “Lo mejor que puedes hacer para que no te duela es hacer reposo e intentar moverte lo menos posible y no coger peso” pues no te moverás porque piensas que te dolerá.
Esa evitación del movimiento puede ocasionarnos cierto nivel de discapacidad ya que renunciamos a realizar actividades que antes podíamos hacer sin problema, simplemente porque creemos que nos dolerá. Es más, este miedo se puede transformar en una hipervigilancia que acaba aumentando más el dolor.
Lo que creemos, a veces, tiene mucho que ver con lo que sentimos.
En pacientes con miedo al movimiento debemos observar qué factores pueden estar influyendo en su problema real. Las experiencias previas, el aprendizaje o los aspectos psicosociales (sin olvidarnos nunca de la parte bio) son factores bastante decisivos en cómo reaccionamos ante el dolor.
Quizás en estos casos habría que enfocar la recuperación no solo en la parte física sino también en los aspectos cognitivos, emocionales, sociales y culturales. Hay que ayudar al paciente a “desaprender” y convencerle de que lo que menos le conviene es “no moverse”. De esta forma ayudaremos a evitar la aparición de “dolor crónico”,tratando al paciente desde un paradigma Bio-Psico-Social, demostrando que el movimiento no es un enemigo, al contrario, puede ser el mayor aliado.
Somos terapeutas del movimiento, medimos movimiento, valoramos movimiento, tratamos movimiento y ayudamos a conseguir con ello una mejor calidad de vida en nuestros pacientes. Por todo ello debemos fomentar el movimiento en nuestros pacientes aunque con una particularidad, afrontando los miedos.